5/7/10

Una vez más...

Con la mirada caída como implorando perdón Mariela bajó las escaleras. Arriba dejaba mucho más que una habitación ordenada. Dejaba regalos, dejaba sueños, dejaba lágrimas de alguna noche de invierno, dejaba amor y odio en iguales proporciones, dejaba todo lo que tuvo, y todo lo que anheló. Sobre la cama dejaba un libro, seguramente alguna novela de época, en la mesita de luz, al lado del velador dejaba un paquete de pastillas, crueles y brutales pastillas que poco ayudaron con el acto. Dentro del placard, en el quinto cajón (el de los stickers despegados) dejaba un sin fin de cartas recibidas y por enviar...
Dejaba el sueño más grande de su vida, dejaba todos y cada uno de sus amores, se dejaba a sí misma.
Cada escalón era un nuevo desafío, cada escalón le repetía casi de memoria, las cosas que estaba desechando por el simple (o complejo) hecho de no soportar la realidad. Ella - tan hermosa ella - jugaba a no escuchar, jugaba a no hablar, y si mal no recuerdo, alguna de esas noches de confesiones, jugó a no amar.
La desilusión se había adueñado una vez más de su vida, de su alma, de su corazón. Se repetía una y mil veces que el no tenía la culpa, se miraba al espejo y le exponía la misma confesión. Pero ni ella, ni el espejo, ni nadie le devolvía como respuesta una aprobación. El tenía la culpa, sin duda que la tenía. Ella era linda, inteligente, capaz, responsable, era linda. El, exactamente igual.
Si la razón no acompaña los sentimientos, prefiero volverme loca. Si tu mirada ya no depende de la mía, prefiero no ver jamas. Si tus labios ya no me pertenecen, y aunque nunca me pertenecieron, prefiero morir.
Volvía a perder, volvía a quedar fuera de juego, como toda su vida, una vez más incrementaba ese sentimiento de hacer las cosas mal, una vez más imploraba perdón.
Pero concluyó tal vez de la mejor manera, o no.
Una vez más...ya no sería una vez más, sería la última vez, y no porque no quisiera amar nuevamente, sino que ya no podría.


Han pasado años, décadas, generaciones... por las noches Mariela asota sin misericordia el alma de su amado, haciendo oídos sordos a sus plegarias, se encarga (a través de los sueños) de atormentarlo para que sufra, al menos, un poquito de todo lo que ella sufrió.

1 comentario:

Pame dijo...

Capaz que de a ratos me siento así como un poco (o muy) identificada...

Muy bonito...


Seguí contando historias de Marielas, ellos, ellas, nosotros, otros, que lo haces muy bien...

=)