Melancólicamente horrible

Eso es la muerte: la quietud total, la sordera total, la mudez total. Y no pensar. Ni soñar.
¿Y sentir dolor?, preguntó en medio de un puchero que me conmovió.
No, tampoco sentir dolor

|La borra del café - Mario Benedetti |

Corrí a mi habitación sin pensar en nada y me eché en la cama. Las sábanas se sentían más frías que de costumbre, la almohada me evitó un buen rato, hasta que una lágrima empezó a caer lentamente y con ella muchas más.

¿Cómo diferenciar lo real de lo imaginario, lo concreto de lo abstracto, cómo meter en mi cabeza realidades que no soporto? No sabía que decir ni que hacer, y lo único que se me ocurrió fue llamarte. No hablábamos desde aquella vez en que vos saliste corriendo, cerrando la puerta y dejando en el ambiente un aroma a olvido, a nunca más.

Cientos de veces atiné a llamarte, para saber como estabas, para contarte de mi, pero que se yo, me conoces.

Y bueno, fue esta vez que decidí hacerlo, no lo analicé mucho porque sino no hubiera llegado a ninguna parte. No pensé si te interesaría saber de mi, si tendrías ganas de escuchar otra vez mi voz, ¿reconocerías mi voz? Y así fue que pasó.

Lo primero que dijiste fue hola (es lo que suele hacer la gente normal). No lo podía creer, no me reconociste la voz, tuve que pronunciar algo así como treinta palabras, e incluir la típica frase "¿ya te olvidaste de mi?" para que te des cuenta que era yo. Te sorprendió y a mi aun más. Y creo que fue eso lo que me hizo retroceder, y si bien me insististe varias veces para que te diga que pasaba, lancé una millonada de excusas y te corté. Y lloré.

Todas las vidas cayeron al mar, todos los besos se desvanecieron, todos los años y días juntos no sirvieron de nada.