19/7/10

|La silla vacía|





El cuarto estaba oscuro, solo se podía ver un pequeño haz de luz rebelde que se filtraba por entre las hendijas de lo que supo ser una ventana feliz. Nada quedaba de todo lo que alguna vez hubo. Ni los cuadros, ni los muebles, ni que hablar de las cartas escritas, ni tu mesita de luz, ni los bolígrafos gastados de noches en vilo. Ni siquiera quedaban rastros de alguna noche perdida.


Solo quedaba en el centro de aquel cuarto una silla. La silla, única testigo de tantos momentos juntos, de peleas, de reconciliaciones (vaya si las hubieron) pero a su vez, de tanto que sabía, estaba vacía. Te llevaste todo, no me dejaste nada, ni siquiera los recuerdos. Solo una silla vacía.


Tal vez como símbolo de lo que fue, de lo que hubo, de lo que ya no es. Tal vez quisiste insistir en que por más segura que parezca (la silla, y nuestra historia), de un día para otro las cosas pueden cambiar. Quizá era lo único mío y por eso me la dejaste, o quizá, simplemente no pensaste, no pensaste y la dejaste.


A mi particularmente me gusta creer que la dejaste por algún motivo. Y a su vez siento que me podrías haber dejado millones de cosas, materiales y sentimentales, pero no la silla, no esa silla. Porque envuelve muchas cosas, porque la veo y te recuerdo a vos, y me recuerdo a mi, y obligado nos recuerdo a ambos. Te veo sentada escribiendo, pensando, cantando… todo lo hacías bien. Te veo sentada riendo a más no poder, pero lentamente me invade el peor de los recuerdos, el de los últimos meses, te veo llorando, llorando sin cesar, secándote las inagotables lágrimas para disimular por unos instantes hasta que llegue yo.


Intento enfocarme en otro vértice del cuarto, intento seguir sin mirar atrás, intento buscar y rebuscar, inventar, comenzar… pero no puedo sacarme de la cabeza esa silla vacía… físicamente vacía, pero con tu silueta llorando…


Como se dejan los proyectos, como se abandonan los sueños, así me dejaste esa silla. Vacía.

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